"Kapuscinski hace música y yo la oigo" Orzeszek

De visita en Monterrey para participar en el Encuentro Internacional de Escritores que este año está dedicado al periodista polaco, Ágata Orzeszek Sujak habla en entrevista de su experiencia como traductora de su compatriota. Ágata Orzeszek Sujak llegó a Irak unas semanas antes de la invasión de los Estados Unidos. Recorrió Bagdad y luego Basora con el asombro de quien pisaba por primera vez el suelo de la tragedia iraquí. El ambiente ya era de guerra, de devastación y, desde entonces, de zozobra.

Pero a pesar de ser una erudita en filología, ese ambiente crispado no le era ajeno a esta polaca de grandes ojos celestes. La razón era simple: desde hace 27 años, Ágata ha convivido con un mundo similar mediante la traducción al español de la gran mayoría de la obra de su compatriota, Ryszard Kapuscinski, el periodista que se convirtió en una de las referencias de la guerra contemporánea. Una mesa caótica, decenas de diccionarios, luz entrando por todos lados, una computadora con teclado grande y musarañas en el aire suelen acompañar a Ágata en la travesía Kapuscinski. También abunda el té y los cigarros en la vivienda. Lo que nunca hay es música del estéreo. “Soy melómana. Si escucho música y me gusta, me concentro en ella. No puedo hacer otra cosa a la vez”, cuenta.

“A mí lo que me viene bien es eso, que desde pequeña tengo el oído absoluto. Y por eso yo oigo la literatura, es decir, oigo el ritmo, la música de las palabras. ¡Y Kapuscinski hace música y yo la oigo! La traducción de una obra queda cuando yo oigo la música, y cuando yo me quedo en la mesa cantando esa música”, sigue relatando esta delgada mujer de 54 años.

Desde el jueves pasado, Ágata ha estado en Monterrey, participando en el Encuentro Internacional de Escritores que este año está dedicado a Kapuscinski. Gente de letras y admiradores del periodista la abordan constantemente para que les dedique los libros en los que su nombre aparece junto al del autor fallecido en enero de este año. A pesar de ser considerada la carta principal del evento, Ágata mantiene un bajo perfil. Oye casi todas las ponencias, dialoga con el escritor Rafael Pérez Gay y se hace confidencias con la poeta Silvia Eugenia Castillero. Ágata sonríe. Sonríe mucho.

“Yo quería ser cantante de ópera en primer lugar, dentista en segundo y camionera en tercero. Sí, quería ser conductora de esos camiones que no le tienen miedo a nadie y se comen las carreteras”, juguetea al hablar sobre su infancia y adolescencia. “Pero me faltó la educación musical para la ópera; de dentista había que saber ciencias y yo soy de letras; y pues sólo quedaba filología y camionera, entonces estudié letras hispánicas”.

Las traducciones
Así fue como después de estudiar filología, a principios de los ochenta, Ágata había dejado Varsovia para instalarse ya en Barcelona, hasta donde el amor la había llevado. En esa estancia inicial, comenzó a trabajar como profesora universitaria, ofreciendo de vez en vez a algunas editoriales, traducir al español los libros del papá de Zojka, una de sus mejores amigas y al mismo tiempo la hija de Ryszard Kapuscinski.

“Fue hasta los ochenta y algo cuando se hizo más o menos célebre Kaspuscinski por la Feria de Frankfurt en la que se habló de él. Finalmente un día me buscaron de Anagrama y me dijeron: ‘oye, ¿ese Kapuscinski no es del que nos habías hablado?’ A Kapuscinski ya lo habían leído en francés y estaban fascinados, entonces me pidieron la traducción de El Sha”.

De El Sha, pasaría luego a El Emperador, Ébano, El Imperio, La guerra del futbol, Lapidarium IV, Viajes con Herodoto, Un día más con vida (su favorito) y El mundo de hoy, en el cual, además de traducir, es la encargada de seleccionar las piezas periodísticas que lo componen. El único título que no pasó por la mirada de Ágata es Los cínicos no sirven para este oficio, el cual es también uno de los más vendidos de la saga del cronista polaco.

“Yo no tengo nada que ver en ese, ni tampoco Kapuscinski”, aclara. “Ése es el Kapuscinski hablado ¡Y hablado en inglés!, porque el libro se hizo a partir de una mesa redonda que se hizo en Italia y en la cual Kapuscinski habló en inglés. Y del inglés hablado se tradujo al italiano escrito, y del italiano escrito al español”, relata.

“Kapuscinski era una persona que confiaba a ciegas en la traducción”, estima. “Además tenía amigos en todo el mundo que le comentaban la forma en que había quedado su obra una vez traducida al italiano o al francés. Salvo en el caso de la traducción que se hizo de El Emperador al farsí en Irán. Recuerdo que decía: ‘Si no fuera por mi fotografía, no sabría que éste es mi libro’”.

“La traducción de El Emperador al español fue terriblemente difícil, porque Kapuscinski creó un lenguaje medieval, anacrónico y arcaizante en polaco”, rememora. Ágata fue auxiliada por su pareja de entonces, un “literaturólogo” español que le sugirió la obra de Fray Luis de Granada, para ir encontrándole la música requerida a la traducción del libro que describe la figura de Haile Selassie, el gobernante imperial de Etiopía.

A pesar de ser un autor leído en lengua española, Kapuscinski tiene aún varios títulos que siguen sin ser traducidos del polaco al español. Por eso Ágata dice que tiene mucho trabajo. A partir de noviembre próximo se recluirá en su casa de Varsovia a concluir la traducción de La jungla polaca, un libro con los primeros reportajes de Kapuscinski. De ahí seguirán los cinco Lapidarium’s restantes que escribió el polaco.

“Yo, más que leer a Kapuscinski, lo he sudado. Y lo seguiré sudando”, promete.

Monterrey / Diego Enrique Osorno
Milenio, México
07.10.2007


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