El comunismo goulash

A cincuenta años de la revolución húngara antisoviética
una serie de libros revisa ese pasado y evalúa el papel del dictador Janos Kádár. ¿Fue un monstruo o un hombre pragmático que mitigó lo que podría haber sido peor?

Budapest fue el escenario de terribles disturbios callejeros en 1956 Foto: Hultoon-Deutsch

El cincuentenario de la revolución húngara antisoviética, que se cumplió en octubre pasado, engendró en Budapest toda una industria conmemorativa, algo que nunca había ocurrido antes. Diez años atrás, en comparación, prácticamente no hubo nada. Esta vez, en cambio, hubo docenas de libros, dos films, dos monumentos espantosos, innumerables coronas de homenaje en tumbas y suficientes discursos como para generar una cantidad de aire que bien podría henchir las velas de un velero que corriera la regata alrededor del globo.

Resulta difícil decir por qué. En 1996, las celebraciones podrían haberse moderado a causa del primer ministro Gyula Horn, quien desempeñó un papel (aunque muy insignificante) ayudando a los rusos a aplastar la revolución y a "resovietizar" Hungría en 1956. Después, el siguiente primer ministro socialista (es decir, ex comunista), Péter Medgyessy, un ex chico de los mandados de la KGB, no era un hombre proclive a organizar grandes conmemoraciones de los que habían muerto luchando por la independencia. El actual primer ministro, Gerenc Gyurcsány, que ha aprendido a causar efecto a los pies de Tony Blair, se ha lanzado de cabeza a la recordación como si nunca hubiera sido un participante entusiasta en la dictadura de Kádár, instalada por los tanques de Moscú en el otoño de 1956, y que siguió en el poder hasta fines de la década de 1980.

A pesar de la muerte de Kádár en 1989, de las elecciones democráticas de 1990 y de la partida de las tropas soviéticas, la sombra de Kádár persiste. A Good Comrade , de Robert Gough, es la primera biografía completa de Kádár en inglés desde Crime and Compromise (1974), de William Shawcross. Shawcross tuvo poco material para trabajar; Gough tuvo el beneficio de la apertura de los archivos húngaros y soviéticos, no completos ni completamente confiables, pero que iluminan un poco las tinieblas de la vida de Kádár.

A partir de Shawcross, hubo cierta tendencia a plantear esta pregunta: Kádár, ¿monstruo o pragmático? Sí, fue puesto en el poder en 1956 por la Unión Soviética en 1956, que aplastó el levantamiento popular antisoviético en Hungría y mató a miles de personas. Sí, fue responsable de la ejecución de cientos de sus compatriotas que anhelaban la democracia y la libertad de expresión. Sí, es, por supuesto, un dictador, pero echemos un vistazo a Hungría: tienen restaurantes decentes y boutiques donde uno puede comprar lencería de buen gusto.

La era de Kádar fue la época de dos grandes clichés: el "comunismo goulash " y las "barracas más felices del campamento soviético", expresiones que fueron interminablemente regurgitadas por las periodistas occidentales después de pasar unos pocos días en Budapest. Al igual que la mayoría de los clichés, éstos contenían una gran parte de verdad. El estalinismo pereció en Hungría de manera irreversible en 1956. Una delgada capa de emprendimientos individuales y enormes préstamos de los bancos occidentales proporcionaron una gran cantidad de confort. Se introdujo un elemento de sentido común en la agricultura y en la industria y, sobre todo, a diferencia de lo que ocurría a principios de la década de 1950, se consideraba, en palabras de Kádár, que "Quien no esté en contra de nosotros, está a favor". Si uno no causaba problemas, lo dejaban en paz.

¿Pero qué clase de hombre era Kádár? Gough sopesa escrupulosamente ambas caras de la argumentación, de hecho tal vez con excesiva escrupulosidad. Es cierto que Kádár no empezó siendo un oportunista. Hijo ilegítimo, creció en medio de una espantosa pobreza, se convirtió en fracasado reparador de máquinas de escribir y se unió al partido comunista en la década de 1930, cuando era ilegal e intrascendente, y siguió en él como líder durante la Segunda Guerra Mundial, cuando un arresto implicaba la muerte. También es cierto que, cuando gobernaba Hungría, no se permitió ningún exceso al estilo Ceausescu (aunque, irónicamente, vivía en el distrito más elegante de Budapest). Era un capaz jugador de ajedrez y la historia cuenta que no había televisión los lunes porque Kádár consideraba que era necesario reservar un día para una mayor actividad cerebral.

Sin embargo, todos estos detalles son insignificantes para mitigar los crímenes de Kádár. El líder estalinista de principios de la década de 1950, Mátyás Rákosi, está actualmente etiquetado como uno de los grandes villanos de la historia húngara, pero con frecuencia suele minimizarse el rol de Kádár, que fue su servicial lugarteniente. El libro de Gough ofrece un minucioso trabajo de investigación, está escrito con elegancia y cuidadosamente corregido (sólo encontré un acento que faltaba, un resultado asombroso en un texto en inglés sobre la historia húngara); mi única objeción, de poca monta, es que Gough despacha a toda velocidad la parte de los esfuerzos de Kádár por liquidar la democracia en Hungría (por cierto, no se puede hacer todo en un solo libro).

Sin embargo, Gough pone de relieve la supervisión de Kádár, en 1945, de la organización encabezada por Gábor Péter, denominada primero PRO (Departamento de Policía Política) y más tarde AVO (Autoridad de Seguridad Estatal), y conocida por fin, después de 1956, como III/III (que en húngaro tiene un sonido gratamente simétrico, három per három ). Coloquialmente llamada la AVO en Hungría, era la banda que interrogaba y torturaba para los comunistas (reveladoramente, casi lo primero que hicieron fue encarcelar a un comunista que no tenía el apoyo de Moscú, Pál Demény, al que consideraban la competencia).

En 1948, casi toda la oposición política formal a los comunistas había sido eliminada; los políticos democráticos, exiliados o encarcelados, y los más civilizados o los que tenían más fibra (como el novelista Sándor Márai), ahuyentados del país.

Tampoco a la iglesia le fue muy bien. Bajo vigilancia de Kádár, el cardenal, Mindszenty, "drogado y torturado", fue sentenciado a prisión de por vida; pero como en todos los juicios espectaculares, hubo una multitud de actores de reparto (a los que Gough no menciona) que recibieron duras sentencias. Después empezó el terror general, siguiendo el modelo de Stalin. En una oportunidad entrevisté a Vladimir Farkas, el villano más notorio de la AVO, y él comentó que los nazis eran mejores que los estalinistas, porque si uno acataba la disciplina, en el partido nazi estaba a salvo. En el mundo de Stalin, incluso en los países satélite, hasta un buen estalinista estaba en peligro, como el propio Kádár descubriría muy pronto.

Una vez más, es posible discutir exactamente hasta qué punto Kádar fue culpable pero, tal como lo expresa Gough, "fue al menos ayudante de sepulturero de la democracia húngara".

Por ejemplo, Gough escribe sobre uno de los numerosos juicios espectaculares montados durante el período en que Kádár fue ministro del Interior: "Este juicio fue seguido de otro ataque a los intereses económicos estadounidenses, el juicio a Standard Electric, tras el cual dos ciudadanos húngaros vinculados a la empresa fueron ahorcados en mayo de 1950". Los dos hombres inocentes que fueron ahorcados eran Imre Geiger y Zoltán Radó. Pero hubo muchos otros, como Ernö Lux, un pensionado de setenta y tres años, ex gerente de Ferrocarriles Húngaros, ahorcado en 1950 sólo para fomentar el terror y acobardar a la nación. No todas las ejecuciones se llevaron a cabo bajo un falso lustre de legalidad: algunos murieron durante las golpizas que les propinaban antes de llegar a juicio.

Por naturaleza, los libros de historia se concentran en los actores más importantes pero (y esto no es una crítica a Gough) también es cierto que la vergüenza de la historia húngara de posguerra es que siempre se les da a los comunistas lugar preferencial -los capítulos, las fotos-, mientras sus víctimas tienden a languidecer en las notas al pie. No sólo en A Good Comrade , sino en casi todas las crónicas, se habla siempre de las ejecuciones de László Rajk y de Imre Nagy, dos comunistas que simplemente fueron devorados por la maquinaria que ellos mismos contribuyeron a crear. Durante las purgas de Rákosi, Kádár tuvo más suerte, ya que apenas lo encarcelaron en 1951 tras un juicio secreto bajo la disparatada acusación de "traición al partido". La AVO consideró a Kádár el prisionero más deprimente que habían tenido nunca. Lo apodaron "Janos el Mierda". Fue liberado en 1954, durante el descongelamiento que sucedió a la muerte de Stalin, y volvió a la escena como secretario del partido del distrito XIII de Budapest.

Con respecto a Kádár, el mayor misterio es por qué, durante la revolución, a la que según todos los registros apoyaba, desapareció para reaparecer luego como colaboracionista soviético. Sólo Kádár sabía toda la verdad, pero si se tiene en cuenta que estaba perfectamente dispuesto a traicionar y matar para sobrevivir y medrar, tal vez el misterio no sea a fin de cuentas tan grande. Se daba cuenta de que los soviéticos estaban empleando una fuerza desproporcionada para restablecer el orden en Hungría, y su opción era muy simple: debía elegir si quería estar en el bando triunfal o en el perdedor.

El libro de Robert Gough es quizá el mejor libro sobre la historia húngara que se ha publicado en inglés desde October Fifteenth (1956) de C. A. Macartney, aun cuando algunos de los últimos capítulos (como el dedicado a la política agrícola de Kádár) carecen de la cualidad dramática de los episodios anteriores. Sin embargo, Gough es magistral en su descripción de los últimos meses de Kádár, a fines de la década de 1980, cuando, despojado del poder, en la ruina y gagá, tuvo que soportar el nuevo funeral, la rehabilitación y el triunfo de su viejo enemigo, Imre Nagy.

El desempeño de Nagy al timón de la revolución es una de las preocupaciones centrales de Failed Illusions . Las partes comprobadas de este libro de Charles Gati se refieren a la historia diplomática de la revolución. Gati demuestra que la CIA, como siempre, no tenía idea de lo que estaba ocurriendo. Es difícil entrar en discusión con el resto del libro, porque gran parte es especulación del tipo de "qué hubiera pasado si...". Gati sostiene que el asesinato de varios miembros uniformados de la AVO en la plaza Köztársaság el 30 de octubre de 1956 inclinó la balanza de Moscú hacia la intervención. ¿Pruebas? Bien, en realidad, ninguna.

También argumenta que el comunista Nagy, quien brevemente se convirtió en primer ministro respaldado por la revolución anticomunista, no estaba a la altura de su tarea, y que una mente más prudente podría haber negociado con los rusos y evitado el brutal ataque contra Budapest el 4 de noviembre. Eso no es historia, es opinión. Lo que es historia es que, años más tarde, cuando los checoslovacos intentaron una tímida renegociación de su vasallaje, también fueron apaleados.

En sus agradecimientos, Gati consigna una cantidad de compinches de Kádár a los que entrevistó y luego, cómicamente, da crédito también a todos los "del otro lado de las barricadas" con los que conversó, aparentemente ajeno al hecho de que la mayoría de esos nombres pertenecen a ex comunistas o a sus esposas. Es cierto que algunos de los más acérrimos combatientes de la revolución anticomunistas eran falsos comunistas, pero la mayoría no. Una ironía de la historia de 1956 es que en gran parte ha sido dejada en manos de la "Izquierda", en especial en manos de ex estalinistas (Méray, Aczél, Molnár).

La generación más joven de historiadores húngaros (László Eörsi y János M. Rainer, por ejemplo) está equilibrando las cosas, pero muy poco de su trabajo está disponible en inglés. Los estudios de Eörsi de diferentes grupos de combate como A Zéna Tériek 1956 (El grupo de plaza Széna 1956) o Corvinisták 1956 (Los corvinitas 1956) les dieron un rostro a aquellos que enfrentaron al ejército rojo y lo contuvieron durante un tiempo.

El cincuentenario de la revolución también fue testigo de los peores disturbios callejeros que se han producido en Budapest desde 1956. Mientras observaba a un manifestante inmovilizado por cuatro policías antidisturbio, al que un quinto pateaba repetidamente en la cabeza, se me ocurrió que el cliché que afirma que la revolución triunfó a la larga es erróneo.

Casi no ha habido intentos de castigar a los culpables, en particular a los miembros de la AVO que masacraron a cientos de civiles pacíficos y desarmados durante y después de la revolución: las razones son múltiples, pero la realidad es que nunca se ha oprimido realmente el botón de la justicia. Los que combatieron en 1956 y sobrevivieron llevan en su mayoría una existencia miserable como pensionados.

Muy bien, los rusos se han ido y ha habido elecciones libres (aunque sería discutible decir que fueron justas... con casi todos los medios en las garras de los viejos camaradas y sus aliados de la coalición). La democracia no puede instalarse como si fuera un sistema telefónico. El daño hecho por cuarenta años de dictadura cala hondo. La permanencia de Gyurcsány como primer ministro, después de haber sido filmado regodeándose y mintiéndole a todo el mundo sobre todo, traicionando su palabra y alterando las cifras económicas para la Unión Europea, resulta descabellada.

El apoyo que ha tenido de su partido demuestra que muchos parlamentarios en verdad no entienden la democracia (compárese con Suecia, donde los ministros renunciaron a causa de tarifas impagas de licencias televisivas). También resulta extraño que muchos intelectuales se hayan alineado respaldando a Gyurcsány, a pesar de que ha convertido a Hungría en un hazmerreír internacional, pero lo mismo hicieron en el caso de Rákosi. Hungría parece derivar hacia una oligarquía, aunque mayormente benigna (mientras uno no vaya a las manifestaciones).

Unas semanas atrás, en Budapest, durante un congreso sobre 1956, cuando señalé que en una democracia establecida Feren Gyurcsány perdería su cargo en cuestión de minutos, uno de los organizadores (un húngaro) se me acercó más tarde y me gritó que no tenía derecho a decir eso. A las pruebas me remito.

Por Tibor Fischer
Times Literary Supplement
(Traducción: Mirta Rosenberg)
© Times Literary Supplement


La Nación, Buenos Aires
14.01.2007


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