En el nombre del Zar
La catedral de la Santísima Trinidad tiene, como suele ocurrir, una vivienda para el sacerdote. Su salón comedor parece capaz de albergar una infinidad de íconos sin que el espacio se agote. Pero algunas imágenes se destacan sobre el resto, como los óleos de los zares Alejandro III y su esposa María Fiodorovna, padres del zar Nicolás II, que decoran generosamente una de las paredes. Es que el edificio de las vistosas cúpulas acebolladas frente al parque Lezama -de él se trata-, es la primera iglesia ortodoxa rusa que tuvo nuestro país, a partir de 1901, construida por la voluntad de la familia Romanov. Por tal razón, no debe de extrañar que su estilo barroco alterne imágenes de los zares con santos y Jesucristos. Ni que, luego de la revolución, esa casa espiritual congregara a las familias rusas que, expulsadas -directa o indirectamente- por el régimen comunista, eligieron a la Argentina como segunda patria. Se calcula que, como consecuencia de la revolución de 1917, unas tres mil personas huyeron rumbo a América del Sur. De ellas, unas dos mil se inclinaron por nuestro país.
Jorge Izrastzoff, de 72 años, conoce muy bien esta iglesia porque vivió allí, desde los 5 años hasta los 18, junto a su abuelo paterno Konstantin, un sacerdote enviado por el zar hacia el final del siglo 19 para edificar aquí las primeras iglesias del rito ortodoxo.
Ahora, el dueño de casa es el arcipreste Valentín Iwaszewicz, quien recibe a La Nación y a Izrastzoff luego de su rezo verpertino. Es evidente que los hombres se conocen bastante (Iwaszewicz fue monaguillo del abuelo de Izrastzoff) y que son voces autorizadas para delinear las particularidades de ese núcleo de inmigrantes que, en su mayoría, supo mantenerse al margen del fervor comunista local. Uno, por ser el actual representante de esa iglesia. El otro, por tener testimonios de primera mano de aquella época.
De manera espontánea, ambos amigos elaboran un retrato hablado de aquellos inmigrantes que frecuentaban la iglesia de la calle Brasil: eran, en gran medida, personas procedentes de estratos medios y altos, entre los que se contaban algunos nobles. Esta posición social les proporcionaba una riqueza cultural que les facilitó las posibilidades al momento de insertarse en el ámbito laboral.
"Muchos de ellos se dedicaron a la hotelería; otros, a ejercer sus profesiones en el interior, en tiempos en los que no regía como ahora la revalidación de títulos. Incluso, algunos se dedicaron a administrar campos", enumera Izrastzoff.
En la mayoría de los casos, relatan, la posición anticomunista se mantuvo a lo largo de los años, transmitida a las generaciones posteriores. Aunque ellos evitan el tema, es claro que también tienen una posición tomada al respecto.
Esa posición queda evidenciada, por ejemplo, cuando el padre Valentín admite con orgullo que su iglesia es una de las pocas en el mundo que prefiere funcionar y mantenerse al margen del actual gobierno de Vladimir Putin. "¿De qué democracia me hablan, si gobiernan los mismos de entonces?", se pregunta frente a la mirada aprobatoria de su amigo.
El sacerdote enumera algunas razones que pueden haber incidido para que nuestro país resultara el destino de aquellos emigrantes. "La Argentina estaba presente en el imaginario ruso luego de la guerra de 1904 entre Rusia y Japón, cuando ambos se disputaron la compra de buques argentinos que, finalmente, compraron los japoneses. Por otro lado, era una nación alejada de los conflictos, además reconocida como un país agrícola, una característica ideal para quienes habían sido terratenientes."
En los años veinte retornó al país el padre de Izrastzoff que, durante su adolescencia, había sido enviado por su padre, Konstantin, a estudiar a Rusia. "Pero el viaje académico fue abruptamente interrumpido por la revolución, y mi padre logró retornar a la Argentina en 1921", explica.
La familiaridad con que este hombre se maneja en la casa del sacerdote es producto de aquellos años de infancia y primera juventud en los que vivió allí mismo, junto a ese abuelo que, a fuerza de constuir iglesias en los lugares más impensados de nuestro país, ya había escrito su nombre en la historia del rito ortodoxo en la Argentina.
Iwaszewicz reconoce, también, la importancia de su iglesia para la comunidad rusa durante las primeras décadas del siglo pasado. "No olvidemos que la embajada se establecería a mediados de los años cuarenta, por lo que el rol de la iglesia en los primeros decenios fue decisivo. La vida y la muerte de los miembros de la comunidad quedaban registrados aquí mediante los bautismos, los casamientos o los oficios fúnebres."
Hace algunas décadas, el gobierno soviético reclamó legalmente el patrimonio de la catedral, alegando que todas las posesiones del zar pertenecían al pueblo soviético. Sin embargo, la iglesia pudo probar que su acervo patrimonial lo constituían diferentes tipos de donaciones realizadas por los zares y otros miembros de la nobleza a título personal y no en nombre del Estado.
Entre la infinidad de material que ha pasado por sus manos relacionado con los años post revolución, el sacerdote recuerda haber leído cartas que llegaban desde la Rusia comunista. "No olvido una en especial, de un hombre que había vuelto a su tierra. Como la correspondencia que salía al exterior era sometida a todo tipo de espionaje, este hombre recurrió a un artilugio muy hábil para pasar los controles. La carta decía algo así como: ´Aquí se vive fantástico. No nos hace falta nada. Lo único que restaría para que nuestro bienestar fuera completo serían esos muebles que construye Lázaro Costa . Con eso dejaba bien en claro cómo estaban las cosas."
Por Lorena Oliva
La Nación, Buenos Aires, 21.10.2007
|