Primavera de Praga: el fin de los sueños
Cuando en aquel 68 el hombre arrebató el protagonismo a la máquina del partido, el mundo pudo ver que éste estaba desnudo. Cuarenta años después, el capitán checo de los New York Rangers, Jaromír Jágr, luce aún por ello un desafiante 68 en su camiseta. Este homenaje a las ilusiones perdidas se confunde con la celebración de unos sueños saludablemente rotos: ya no cabe engañarse, la dictadura del proletariado no era reformable. Su pervivencia requería su deshumanización y así, en Praga, un ideal cívico se había revelado un cáncer medular para el sistema socialista.
Era entonces primavera en Praga, la estación que resucita tras el invierno y la ciudad mágica se inunda de lilas e ilusiones. Pero "el objetivo era democratizar, no la democracia", recuerda el politólogo checo-francés Jacques Rupnik.
"Lilas, tulipanes, briznas de flores del campo son lanzadas hacia la tribuna... Es la primavera de nuestra nueva existencia...", escribía el Rudé Pravo hace 40 años sobre un mitin del secretario del partido, Alexander Dubcek. Al año siguiente, agostados militarmente los sueños y las flores, el mismo diario advierte de que "no es posible predicar el socialismo disfrazándolo ridículamente de epítetos poéticos". La ideología volvía a triunfar sobre la vida.
Cabeza de puente militar en Occidente, Checoslovaquia no podía permitirse juegos florales ideológicos y, como Hungría años antes, cayó bajo los carros y ante la indolencia de Occidente. Praga esperaba un clamor mundial pero, a lo más, algún actor o escritor europeo abandonó el partido. Sobre ésta feligresía, Paul R. Hinlicky dice que el marxismo representó para el intelectual occidental "la única alternativa secularizada a la cultura del MacDonalds y Disneylandia", a la par que una salida a la frustración por la pérdida del papel de "filósofos del rey" en el gran hipermercado occidental.
La "Primavera" fue un período de liberalización y parcial descentralización del régimen socialista, aplastado por el Pacto de Varsovia el 20 de agosto. El entonces corresponsal checo en Washington, y luego primer ministro de Exteriores de la democracia, recuerda que "la Primavera y su derrota se convirtieron en una de etapa decisiva en la lucha contra el régimen totalitario". Jiri Dienstbier evoca aquellos días como "una experiencia existencial de libertad para toda una generación y uno de los grandes momentos para un pueblo".
La compuerta fue abierta por la "gazeta" cultural Literárni Noviny, al sugerir que la literatura debería poder crear al margen de la doctrina del partido. Le siguió una primera ola de cambios en Justicia y derechos humanos; luego el cuestionamiento de la censura; y, por fin, la reforma económica. Como en Polonia, un par de planes quinquenales habían colapsado la economía. Pero se negaron a considerar que ésta no podría reformarse sin una democratización del sistema", recuerda Dienstbier.
Aunque, por audaces que fueran las reformas, "intentaban corregir y no abolir el papel dirigente del Partido" y, cuando el fin de la censura favoreció una opinión independiente, los límites se delinearon con claridad, recuerda Rupnik: "Ni hablar de regresar a la democracia burguesa. La dirección que encabezaba Dubcek no se dio nunca a sí misma los medios para elaborar su política". Hubo fallos inocentes y tremendos como la no convocatoria de un Congreso renovador, que dejó a salvo al enemigo en el Comité Central.
Reaccionarios a salvo
Poco antes de morir, el ministro que clamó en la ONU contra la invasión, Jirí Hajek, explicaba a ABC que, frente a lo ocurrido en Budapest o Varsovia, "un cierto socialismo democrático pudo realizarse en algún grado en Praga... Hoy todo aparece más claro, pero la Primavera procedía por su cuenta y nosotros la seguíamos. Sólo en mayo nos dimos cuenta de que hacía falta un Congreso". La invasión impidió el probable barrido de los comunistas reaccionarios.
Dienstbier admite "las ilusiones sobre la posibilidad de cambiar el sistema desde dentro" y la dificultad de "imaginar el cambio que vino después, en 1989". Pero "el mundo de Yalta parecía inamovible, como ratificó la actitud de Occidente ante la tragedia de Budapest", la anterior sublevación aplastada por los tanques soviéticos.
En su "Historia de las Democracias Populares" François Fejtö acusa tanto a Churchill -por su desprecio a Centroeuropa- como al movimiento comunista occidental -por su destrucción de la socialdemocracia- de un conservadurismo miope y de ser "los agentes más eficaces de la bipolarización", que impidió una Europa que fuese puente entre Washington y Moscú.
Para el alcalde de Praga, Pavel Bém, la resistencia ciudadana no paró los carros, pero sí paró mucho más: a los ojos de los más crédulos "acabó con las ensoñaciones de que el comunismo se podía reformar" desde dentro. Dienstbier concluye que "resultó obvio que eran irreformables y sólo podían ser sustituidas por una sociedad cívica". Mientras en Occidente en aquel 68 el "flower-power" hacía retozar a la burguesía, en Praga un Dubcek apremiado por los tanques clamaba que "aunque pisotearan las flores, no podrían detener ya la primavera".
ABC, España
27.05.2008
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