El Parque Tres de Febrero, Sarmiento y Wysocki

Cuando Juan Manuel de Rosas se paseaba por los jardines de su estancia de Palermo no habrá imaginado  que sus adversarios construirían allí el parque público más importante de la ciudad. El 3 de febrero de 1852 fue derrotado por el general Justo José de Urquiza en la batalla de Caseros, huyó del país y sus bienes fueron confiscados. En la casa de Rosas, en el mismo sitio donde Sarmiento redactó el boletín de la victoria, en 1858 se inauguró la primera Exposición Rural. Más tarde funcionó el Colegio Militar, luego la Escuela Naval y en 1899 el Intendente Bullrich la hizo dinamitar. La estatua de Sarmiento, obra de Rodin, fue inaugurada el 25 de mayo de 1900 en el mismo lugar en el que vivía su enemigo, Rosas.

Durante su presidencia Domingo Faustino Sarmiento luchó denodadamente para que las tierras que habían pertenecido a Juan Manuel de Rosas no se fraccionaran y en ellas se creara un parque. Luego de intensos debates  logró que en junio de 1874 se dictara la Ley N° 658, denominada “Ley del Parque Tres de Febrero”, dándole a ese lugar tal nombre por iniciativa de Vicente Fidel López en recuerdo de la batalla de Caseros. Al poco tiempo Nicolás Avellaneda asumió la presidencia de la Nación y nombró a Sarmiento como presidente de la Comisión del Parque. A partir de ese momento las obras avanzaron con rapidez. Sarmiento le encomendó al ingeniero militar Jordan Wysocki que realizara los planos y llevara a cabo el proyecto con la colaboración de los alumnos del Colegio Militar.

El parque se extendía aproximadamente desde la Av. Del Libertador hasta el Río de la Plata y desde la calle Ugarteche hasta el arroyo Maldonado. La actual Avenida Sarmiento en el tramo que une lo que hoy es Plaza Italia, que por entonces era un pobre baldío, con el monumento a los españoles, se tomó como avenida central de este parque bordeada con palmeras. Sobre el frente hacia la plaza se construyeron unos grandes portones de hierro a la manera de las mansiones de la época. La finalidad era ornamental, no se trataba de una cuestión de seguridad ni de control, aunque más tarde sirvieran para que se cobraran entradas. Todo el perímetro del Parque estaba alambrado, práctica que no llevaba más de veinte años en la ciudad. Los “Portones de Palermo” eran grandes estructuras de hierro fundido y forjado, que durante la noche cerraban la entrada al Parque. Según un diseño de Jordan Wysocki, fueron realizados en la Casa Zamboni que ya había hecho importantes trabajos en la ciudad como la marquesina del Teatro Colón y las rejas y la herrería artística de la Iglesia del Salvador.

En 1909 el intendente Güiraldes decidió la demolición de los portones que durante más de treinta años habían sido el símbolo del Parque. Algunas versiones dicen que estos fueron llevados a los establecimientos que la empresa “La Martona” poseía en Vicente Casares. Todas las obras proyectadas para reemplazar a los portones quedaron en la nada. Hoy aún pueden verse unas réplicas de menor tamaño en la entrada del Jardín Zoológico.

El Parque fue inaugurado oficialmente el 11 de noviembre de 1875, con la presencia de unas 30.000 personas, casi una sexta parte la población de Buenos Aires. El Colegio Militar, tropas de línea y fuerzas policiales rindieron honores a la llegada del presidente Avellaneda. Delegaciones de las municipalidades vecinas, la aristocracia porteña, el cuerpo diplomático y todos los funcionarios públicos hicieron acto de presencia y escucharon el largo discurso de Sarmiento que entre otras muchas otras cosas dijo:

“Como el resumen de todas las pasadas épocas, como el último retoño de la antigua barbarie, aquí en Palermo de San Benito se atrincheró contra toda idea de libertad y de progreso, el hombre de la época pampeana, como Bravard llamó a esta formación, el tirano de ejecuciones a lanza y cuchillo, que terminó el 3 de febrero de 1852.

El Congreso nacional, al dar nombre a este Parque se inspiró sin duda en aquellos recuerdos; y ya que no es digno de pueblos cultos, como de antiguo, sembrar de sal lugares inocentes de los crímenes de que fueron teatro, mandó erigir un monumento al pueblo, como la piedad cristiana levanta capillas expiatorias o como el labrador convierte en humus y abono fertilizante los restos orgánicos en descomposición, de existencias que han dejado de ser.

El parque será de hoy en adelante patrimonio del pueblo, verdadero tratamiento higiénico, que robustecerá sus miembros por el saludable ejercicio, dilatará su ánimo por el espectáculo de las perspectivas grandiosas que alcanza en todas las direcciones de la vida, y cultivará el buen gusto, con la combinación de bellezas naturales y artísticas que estos dilatados jardines ofrecerán. (...) El que visita estas afortunadas comarcas, o el que viene a engrosar la falange de los pioneers que atacan el desierto, para hacerlo patria feliz y cuna confortable para sus hijos, no llorará a la sombra de los sauces del Éufrates la antigua patria ausente, sino que, recorriendo estos mullidos caminos, vagando a la sombra de las plantas de todas las floras del mundo, se sentirá por asociación de ideas y plácidas reminiscencias, en su propia patria.
La idea de crear un parque, iniciada por los poderes combinados de la nación, obtuvo desde su origen el asentimiento de todos, como su ejecución ha encontrado de parte de todos la más cordial cooperación, porque llenaba un vacío, que cada día iba tomando creces. Esta sociedad en que vivimos se compone de muchas sociedades superpuestas, pero sin vínculo de cohesión. En los templos, por las disidencias; en las fiestas públicas por las nacionalidades diversas; en las relaciones sociales por las clases y aún por las razas, y en las afecciones patrias por las adoptivas o naturales ciudadanías, el pueblo que la forma se divide y subdivide por afinidades. Sólo en un vasto, artístico y accesible Parque, el pueblo será pueblo: sólo aquí no habrá extranjeros ni nacionales, ni plebeyos. La estatua de mazzini se alzará probablemente aquí, para regocijo de argentinos e italianos, para americanos y europeos. La frescura de esos lagos, la blandura de sus avenidas, el verdor de esas plantas, serán, como el aire y la luz que la vivifican, la propiedad de todos, sin pedir permiso a nadie para gozar de su encanto.

Si hubiera de justificar con razones de otro orden el pensamiento que ya está realizado, observaría que las instituciones que nos hemos dado, tienen por objeto proveer a la felicidad, cultura y mejoramiento del pueblo, y que no ha de reservarse a la limitada acción de localidades, aquello que es esencial a al cultura de todos, y que reclaman el espíritu del siglo y las necesidades de una nación. El extranjero que llegue a esta ciudad populosa, que es la faz de la República, no se pregunta si la Municipalidad del lugar descuida sus deberes, sino que lleva sólo la molesta impresión de que, en medio de los refinamientos de la vida individual, con hoteles suntuosos, la primera ciudad de la República y de Sudamérica no tiene otro aire que el pulverulento de sus estrechas calles.

Cuando el sentimiento artístico se haya entre nosotros depurado, avanzándose en Museos y Observatorios las ciencias, lanzándose locomotivas y rayos eléctricos al interior, difundiéndose la educación y mejorándose moral y físicamente la condición humana, yo quisiera que el pueblo en cada punto del territorio diga como por instinto: por aquí pasó el soplo vivificante de la Nación, como en cada campo glorioso de batalla de los tiempos heroicos de la Independencia, la historia ha dejado escrito: “Aquí el brazo argentino triunfó”.

El diario “La República” comenta al día siguiente que la ciudad estaba silenciosa pues toda la animación se había trasladado a Palermo. Seis bandas ponen allí la nota musical, el embanderamiento aporta el colorido y los fuegos de artificio el asombro.

Pronto fue el paseo predilecto de los porteños y realmente ofrecía múltiples motivos de distracción para justificar la concurrencia de los visitantes. Había lagos artificiales con puentes rústicos, islas, botes de remo y algunas góndolas que quisieron imitar a las venecianas. Sus numerosos caminos eran transitados por coches nacionales e importados que llevaban de paseo a la aristocracia.  Era común ver los carromatos gitanos que ofrecían variados espectáculos, se realizaban bailes populares, se instalaron cafés como el famoso “Café de Hansen”, demolido en 1912, y no faltó la “Casa de Fieras” que luego daría lugar a la creación del Zoológico. También se creó la “Sociedad Sportiva” en la que se observaban las precursoras ascensiones de globos.

Desde entonces el Parque Tres de Febrero ha sido modificado en diferentes circunstancias, en algunos casos se vio enriquecido, como cuando se decidió crearon un jardín zoológico – botánico en 1888 y en otras oportunidades ha sido víctima de atropellos y usurpaciones. Pero desde sus primeros días hasta hoy es el orgullo de la ciudad. Por lo tanto es justo que se le rindan honores a su creador, un polaco que supo honrar a la patria en la que nació y a la nueva patria que lo cobijó junto a su familia. Un polaco que dejado sus huellas en la ciudad de Buenos Aires y en gran parte del país. Huellas que aún perduran.

Lic. Claudia Stefanetti Kojrowicz
para Glos Polski, Buenos Aires


The International Raoul Wallenberg Foundation

El Águila Blanca es parte del proyecto “Las huellas polacas en la República Argentina”


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