Festival de Mar del Plata: Retrospectiva de films polacos
La muestra está dedicada a obras de los años cincuenta de Jerzy Passendorfer y Andrzej Wajda, entre otros directores.
El Festival de Cine de Mar del Plata, que comenzó el jueves, incluye una retrospectiva dedicada al cine polaco de mediados de los años 50. Por entonces, los nombres de Jerzy Passendorfer, Andrzej Wajda o Jerzy Kawalerowicz comenzaban a ser reconocidos entre el público argentino. Pero poco a poco, la presencia de esta fundamental cinematografía fue eclipsándose. En un acto de justicia, la selección permite reencontrarse con valiosas obras, que incluyen desde la legendaria Cenizas y diamantes hasta los primeros cortometrajes de Roman Polanski.
La devastada ciudad de Varsovia simboliza el recuerdo de la tragedia de la guerra en imágenes -en blanco y negro- de una película llamada La patrulla de la muerte (Kanal). También la impresión de que el cine, en su labor de aproximación histórica y social, brindó nombres que hoy están olvidados.
El memorioso recordará que el Cineclub Gente de Cine, la Sala Lorraine o el Cineclub Núcleo permitieron conocer a los grandes maestros del cine polaco en Buenos Aires. Ahora, el Festival de Mar del Plata rescata esa historia y actualiza un lejano vínculo: en la edición de 1959 del festival, Heroica, de Andrzej Munk, ganó el premio de la crítica y también el premio al mejor director y al argumento. Ese año, el jurado oficial, con la presidencia honoraria de Abel Gance, coronaba el guión de Atentado, de Passendorfer. Eso sería habitual en cualquier festival, si no se recordara que Munk le arrebató el galardón de la crítica a Cuando huye el día, de Ingmar Bergman. ¿En qué radicó aquel suceso? Seguramente en el conocimiento de que, antes de la Segunda Guerra Mundial, Varsovia era una ciudad próspera que intentaba aproximarse a los estándares del resto de Europa. De fulgurante vida cultural, sus 35 diarios, 63 cines y 17 teatros convivían con pequeñas tiendas que eran características en el barrio judío de Nalewki.
La invasión y la guerra significaron la muerte y la destrucción que el cine no pudo reflejar: en septiembre de 1939 no había cámaras que mostraran la defensa de Varsovia y sólo las del Tercer Reich se encargaron de filmar la capitulación de la ciudad. Después de la guerra, y ante una Varsovia reducida a escombros, resultaba imposible para el cine ceñirse a la romántica literatura nacional, como en la década del 30, y los cineastas sobrevivientes fundaron en 1947 la Escuela de Cine de Lodz. Del mismo modo, los principales responsables en dar a conocer internacionalmente el cine de su país desmitificaron los años de la guerra, construyendo grandes epopeyas fílmicas sobre la desazón humana, como Heroica. La temprana muerte de su realizador, en un accidente automovilístico a comienzos de los años 60, deja inconclusa La pasajera, que culminan sus alumnos y su amigo Witold Lesiewicz, y que resulta una audaz exploración de la conciencia del verdugo. En la historia, a bordo de un lujoso barco, una mujer que fue jefa de vigilancia en Auschwitz cree reconocer a una prisionera judía. Con un cine cargado de elaboración retórica, Munk consigue con su ópera prima Sangre sobre rieles, sobre la investigación de la muerte de un ferroviario y las diferentes apreciaciones de cada testigo, indagar la realidad histórica.
En clara sintonía trabaja Passendorfer Atentado, con un grupo de novatos que planea una emboscada contra un alto oficial nazi. Admirable como policial, también lo es por su fuerte carga dramática, presente en el reflejo de las emociones reprimidas de ese juvenil conjunto. Ejercicio maduro de cine, Atentado obliga al espectador a develar muchas de sus sugestivas imágenes. Dentro de la selección también se destaca la labor del recientemente desaparecido Kawalerowicz, con El verdadero fin de la guerra y su narración de una experiencia límite, la del marido atormentado que regresa del campo de concentración luego de muchos años, durante los que su esposa ha reiniciado su vida. Kawalerowicz, de quien también se proyecta la introspectiva Juana de los Ángeles , fue un cultor refinado de la solemnidad clásica. Sus estudios en la Academia de Bellas Artes definieron su gusto por la plasticidad fílmica, que puso al servicio de los grandes interrogantes del hombre en obras que exigen profunda meditación.
Dos grandes nombres
Sin lugar a dudas, aunque principalmente por su carrera desarrollada fuera de Polonia, Roman Polanski es el más famoso de los directores polacos. También lo fue en la Escuela de Cine de Lodz, cuando en 1957 rodó un corto titulado Dos hombres y un armario , en el que brindaba algunas ideas que construirían su poética, como la inocencia corrompida y el deslumbramiento por el agua. Nacido en París, ciudad a la que volvió durante un año luego de diplomarse, trabajó con un joven inexperto -el hoy reconocido Jerzy Skolimowski- en su primer largometraje, El cuchillo bajo el agua. Con un ínfimo presupuesto concedido por las autoridades de la industria cinematográfica polaca, la narrativa realista de esta película no omitió infinidad de conjeturas de carácter psicoanalítico. Al estar fuera del "realismo socialista", Polanski pasó a ser un personaje sospechoso y pudo realizar sólo un cortometraje antes de abandonar su país. Aunque cueste creerlo, este último trabajo en suelo polaco fue financiado por Wojciech Frykowski, que años más tarde murió en la mansión de Polanski en Los Ángeles junto con Sharon Tate y otras personas, asesinadas por los discípulos de Charles Manson.
La importancia del cine polaco de posguerra puede encontrar su justa medida si se compara la riqueza de la cinematografía polaca en aquellos años con la de otras de mayor difusión, como la francesa o la italiana, y si se observa el legado de grandes nombres que traspasaron las fronteras de su país y continúan con una vigorosa producción, como Andrzej Wajda. Su gran película Cenizas y diamantes integra una obra que lo muestra como el gran narrador de la historia polaca. Katyn, que luego de su estreno en el último Festival de Berlín se proyecta en Mar del Plata, cierra el círculo sobre los sucesos de la Segunda Guerra Mundial, y presenta un hecho que no había podido contarse en tiempos del comunismo: el acuerdo entre la Unión Soviética y el régimen nazi para exterminar al Ejército polaco, episodio por el que indefinidamente se repartieron culpas, aunque la orden haya sido firmada por Stalin y ocultada durante todo el período de la Polonia Popular.
Cenizas y diamantes, rodada en 1958, supone el comienzo de la lucha entre la izquierda y la derecha extremistas por el poder. Maciek y Andrej son dos resistentes derechistas cuya misión es asesinar al secretario del Partido Comunista, pero por error matan a dos obreros. Quizás un sobreviviente de La patrulla de la muerte ("Estuve demasiado tiempo en las cloacas durante el levantamiento"), Maciek es el rostro del escepticismo y también el de Zbigniew Cybulski, considerado entonces el "James Dean polaco". El, como el protagonista de Rebelde sin causa, murió muy joven en un accidente, para convertirse en un mito local. Ciertamente, el final de Cenizas y diamantes resume la vigorosa producción de una época y la historia trágica de un pueblo.
Por Pablo De Vita
La Nación, 08.11.2008
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