2004: Año Gombrowicz
Salud, Gombrowicz

A cien años de su nacimiento, diversos emprendimientos editoriales coinciden en el recuerdo y la evocación del polaco-argentino. 

Por Claudio Zeiger 

Quiérase o no, las fechas tienen su peso. Para el centenario del nacimiento de Witold Gombrowicz (4 de agosto de 1904), una serie de libros que rondan la figura del más polaco de los escritores argentinos (o el más argentino de los escritores polacos) crearon un modesto canon –encabezado por los propios libros del autor que viene publicando Seix Barral– y una serie de ensayos heterodoxos que se fueron apilando sobre nuestros escritorios como quien no quiere la cosa. Y de a poco los fuimos leyendo –nada de cajonear libros–, desde agosto a la fecha. La intención de este artículo es, muy modestamente, dar cuenta de estas aproximaciones al autor de Ferdydurke antes de que se termine el año gombrowiczano.

Gombrowicz, este hombre me causa problemas, dice su autor (el “fiel Goma”), “fue escrito con el amor que un amigo tiene por otro, pero sin ninguna actitud reverencial”. Juan Carlos Gómez ya había publicado las cartas de Gombrowicz en 1999; aquí revisa diversos tópicos del polaco (dolor, aburrimiento, ciencia, bellas artes, etcétera). Ameno y evocativo, Gómez se suma con nostalgia y sin reverencias al homenaje centenario. Otro tanto sucede con Evocando a Gombrowicz, recopilación y fotos de Miguel Grinberg. Las fotos son un excelente material (la que acompaña esta nota fue tomada de este libro) documental. Los textos ofrecen un poco de todo en línea heterodoxa (Grinberg, Virgilio Piñera, Jorge Di Paola, Mariano Betelú, Jorge Lavelli, entre otros), entrevistas, prólogos y dibujos.

Un librito muy curioso resulta ser Mastronardi-Gombrowicz, una amistad singular de Emma Barrandéguy. La autora de Habitaciones, recientemente rescatada y reivindicada, hace un productivo cruce entre el poeta entrerriano y el polaco, dos personalidades altamente diferenciadas; indaga acerca de la amistad y el papel por ausencia de la mujer en las vidas de estos caballeros literatos. Un hallazgo.

Otro cruce protagonizado por el polaco (y que corría el riesgo de ser opacado por el de Piglia y Aira) se puede leer en Fricciones de Tomás Abraham. Aquí la confrontación es con Bruno Schulz y el ensayo de Abraham redunda en una semblanza de la cultura y la literatura polacas en la Argentina.

En fin: probablemente se crucen en estas líneas puntos de vista controversiales, y más de uno implicado aquí sonreirá al verse enredado con otros implicados irreconciliables entre sí, pero así son las herencias y los herederos: complicados. Lo cierto es que ninguno de estos ensayos son laudatorios protocolos de pomposos aniversarios; son fulgores mucho más leves, destellos que aún brillan a pesar del transcurso del tiempo (y, en varios casos emprendimientos editoriales independientes), y por eso se vuelven más entrañables y queribles en este año que se termina para empezar, pronto, con el segundo centenario de Gombrowicz. 

Página 12, Buenos Aires
12.12.2004


Witold Gombrowicz: Nostálgico y outsider

Witold Gombrowicz recaló en Buenos Aires en 1939. Alejado del mundillo literario, frecuentaba los bares de la avenida Corrientes, donde jugaba ajedrez.
“Miraba por la ventana, sentado en una silla, mientras fumaba su pipa. Podía estar un par de horas allí, y después se ponía a escribir.”Así lo contó a este redactor, hace años –en la antigua confitería La Perla del Once– Gaspar Wisniecki, que había compartido con su compatriota Witold Gombrowicz el cuarto de una pensión en Venezuela 641. “Sus amigos le decían Witoldo. Cuando se escribía sobre él, luego de haber mencionado su nombre completo, se optaba sólo por WG, al revés de mis iniciales. También al revés, yo no fui famoso”, agregó.

En realidad, Gombrowicz –nacido en 1904 en un hogar artistocrático– fue un famoso más bien tardío. Llegó en barco, en 1939, se quedó debido a la invasión de Polonia, su país, por la Alemania de Hitler, y se fue también en barco, 24 años después. Ninguno de quienes lo frecuentaron aquí –ni siquiera Sabato o Bioy Casares– hubiera podido prever que este polaco inteligente, pese a haber escrito buenas notas para el suplemento cultural de La Nacion (década del 40), iría un día a ganar el Premio Internacional de Literatura y que tres veces sería candidato al Nobel.

Con serias dificultades económicas, jamás rechazaba la invitación de amigos, como Manuel Gálvez y sobre todo del poeta entrerriano Carlos Mastronardi, que hasta tres veces por semana lo invitaba a comer fideos en el restaurante Pipo. En el desaparecido bar Rex, otros integrantes de su círculo íntimo, encabezados por el escritor cubano Virgilio Piñera y con supervisión del propio WG, tradujeron al castellano Ferdydurke, que se había publicado en Varsovia en 1937. La primera edición local del libro, en 1947, pasó casi inadvertida. La segunda, que hizo Sudamericana, alcanzó una enorme difusión y todavía es una especie de novela de culto.

Gombrowicz fue un “adicto” a la Argentina, e intelectualmente una especie de outsider, que rehuía de los cenáculos –prefería jugar al ajedrez en un bar de la avenida Corrientes antes que asistir a cualquier acto cultural– y no dudaba en criticar a figuras prestigiosas, como Victoria Ocampo o Borges. Para aliviar su asma –y ya con algo de solvencia, pues entró a trabajar en un banco polaco–, solía pasar temporadas en Tandil, Córdoba, Santiago del Estero o Entre Ríos, como está narrado en su libro Diario argentino.

En 1963 volvió a Europa y se estableció en una villa alpina con su mujer, Rita. Murió en Niza, en 1969. Pocos años antes, en un reportaje en el que se le había preguntado por su estancia en la Argentina, respondió: “Nunca supe bien el motivo de mi gran atracción por esa, mi otra patria. Pero muchas veces siento una tremenda nostalgia por ella”.

La Nación, Buenos Aires
12.12.2004


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