Por qué lo elegí
Siempre habrá buenas razones para incluir, en cualquier antología, relatos de Joseph Conrad. Una narrativa tan generosa en personajes intensos y situaciones límites, la prosa estupenda, la fascinación de la aventura, la mirada piadosa sobre las atormentadas profundidades del corazón humano: múltiples y buenas razones. ¿Por qué elegí Juventud? Intentaré una sencilla respuesta de lector: porque una vez siendo adolescente, este relato significó un descubrimiento y un deslumbramiento, y porque luego, en otras lecturas, condicionadas por el paso de los años, y por lo tanto siempre diferentes, volví a sentir, cada vez, que algo en mí volvía a vibrar con la misma alta emoción inicial.
Como sucede a menudo en Conrad, también Juventud arranca con el moroso desgranarse de una voz que evoca a otra voz, la técnica del relato dentro del relato. Historias que se presentan casi como un murmullo, en los bares de los muelles, en las cubiertas de los barcos amarrados, llegadas al oscurecer desde el océano, que se insinúan en el viento, que asoman de a poco. Son anuncios de hechos ocurridos en mares y tierras lejanas y fabulosas, y que obligan al lector a parar la oreja, a acercarse, a prestar atención para no perderse nada. Y luego el velo que ocultaba la trama se rasga y el lector es tomado por las dos solapas y arrastrado al torbellino de la historia y convertido en protagonista. Y, en este caso, en Juventud, rápidamente estará al borde del Judea, el barco destartalado en un interminable viaje a Oriente, en compañía de Marlow, el joven segundo oficial de veinte años.
Todos los personajes de Conrad son hombres que se prueban a sí mismos. Hombres en lucha con las implacables fuerzas de la naturaleza y su propia turbulenta oscura naturaleza interior, espejo de la otra, de la externa. Son vencedores y derrotados en permanente búsqueda de justificación y salvación, afirmados en una obstinada dignidad o arrastrados por la debilidad y la locura. Vale la pena mencionar al inolvidable Kurtz, de El corazón de las tinieblas (en quien se basó Francis Ford Coppola para el papel de Marlon Brando en el film Apocalypse now). O Jim, el torturado protagonista de Lord Jim. El capitán Mac Whirr, de épica sensatez, en Tifón. El joven capitán de La línea de sombra, atrapado como en un hechizo, en algún punto del Océano Índico, por la interminable calma chicha tropiacal.
También Marlow (suerte de alter ego de Conrad) y que aparece en varias de sus novelas) pertenece a esa estirpe. Tiene a su favor varias cartas ganadoras: pasión, generosidad, imaginación, valor. Y una carta más poderosa que ninguna: la juventud. En este viaje inicítico en más de un sentido, crecerá su aprendizaje sobre la condición humana y el mar le confirmará que el hombre ha nacido para tener problemas, para navegar en barcos que hacen agua y barcos que arden, pero también que el peligro y la solidaridad pueden marcar la vida con destellos sin igual.
La obsesión de este joven Marlow es conocer el Oriente misterioso y, pese a las dificultades que no cesan, lo asiste la convicción de que finalmente llegará la noche en que sentirá sobre su cara el cálido perfume de esas tierras. Es fácil y placentero, para el lector, contagiarse de ese empecinamiento y esa fe. Mientras tanto, sólo deberá abandonarse. La mano firme y amable de Conrad lo guiará en el demorado y trabajoso desplazamiento del Judea a través de los puntos culminantes de la historia, hasta el último acto en el inmenso escenario del mar y del cielo, y sobre todo lo llevará explosión emocional, el grito interior de Marlow deslumbrado ante el descubrimiento de su propia fuerza y la magnitud del espectáculo, la gransiosidad y la belleza de la catástrofe. Esto es maravilloso y me está pasando a mí, piensa Marlow.
Y ahí, en ese gozoso estremecimiento (que es el corazón del relato) el lector siente que ha sido especialmente tocado. Siente que mientras haya aventura habrá juventud. Siente también que su propia juventud viene a buscarlo y que una fiebre tal vez olvidada vuelve a inyectarle en la sangre una inconsciencia saludable y feliz. Y agradece
Joseph Conrad. Polonia, 1857 – Londres, 1924
Nació como Joseph Konrad Korzeniowski, a los diecisiete años se enroló en la marina británica, viajando por todo el mundo durante más de veite años. Al retirarse se dedicó a la literatura, adoptando la lengua inglesa y produciendo una obra narrativa que se encuentra entre las más importantes de la literatura contemporánea. Con excepción de El agente secreto (1907) y El pirata, sus narraciones prologan la rica tradición de las novelas del mar que autores como Melvielle y Stevenson llevaron a su máxima expresión. Al igual que estos autores, Conrad encuentra en el desafío de los elementos y la naturaleza y en el género de aventuras un marco ideal para esbozar estremecedoras reflexiones sobre las grandezas y las miserias de la condición humana. Algunas de sus novelas más importantes son: El negro del narciso (1898), Lord Jim (1900), El corazón de las tinieblas (1902), Tifón (1903), Nostromo (1904) y La línea de sombra (1917). Varios de sus libros fueron llevados al cine.
Antonio Dal Masseto. Italia, 1938.
Vive en la Argentina desde 1950. Su primera novela, Siete de oro (1969), ya es un texto emblemático de la generación del 60. Su capacidad narrativa se consolidó en obras como Siempre es difícil volver a casa (1985), Oscuramente fuerte es la vida (1990) y Demasiado cerca desaparece (1997).
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