La personalidad de Ignacio Domeyko
Ignacio Domeyko se educó en una familia enraizada profundamente en las tradiciones de la nobleza polaca donde los vínculos familiares eran considerados como un valor supremo. El idealismo de Domeyko se fraguó en la familia, en el recinto universitario de Vilnius y en las filas de los filómatas cuyo lema era: fraternidad, ciencia y virtud. A estas virtudes les fue fiel propagándose con su propio ejemplo en todos esos lugares donde le tocó residir como patriota-emigrante (Francia), científico-reformador de la ciencia americana (Chile) y viajero-descubridor.
Su madre Carolina ejerció una influencia fundamental en la formación de los sentimientos sociales y religiosos de su hijo. A pesar de que quedó huérfano de padre muy tempranamente, su niñez fue serena y ordenada. Asistía a una escuela dirigida por los hermanos escolapios, que le preparó adecuadamente para ingresar después en la Universidad de Vilnius. Además de su talento para las ciencias exactas, le gustaban también las artes: componía poemas, probaba sus fuerzas en el teatro escolar, era sociable y no rehuía las distracciones.
Por su actividad clandestina en las filas de los Filomatas fue condenado a permanecer unos años en el campo bajo custodia policial; luego fue obligado a emigrar: primero a Alemania, después a Francia. Tras haber terminado la Ecole des Mines en París se le ofreció la oportunidad de viajar a Chile.
Patriotismo
Aún estando en el extranjero, Ignacio Domeyko llevaba su país natal incrustado en el alma, lo añoraba extremadamente, y vivir muchos años siempre dispuesto a emprender la vuelta de un día para otro, si acaso se lo exigiese su amada Patria.
La añoranza de una Polonia libre y de los amigos de su juventud fue un sentimiento dominante, duradero y, finalmente, nunca colmado. Incluso los paisajes de la naturaleza chilena le hacían pensar en Polonia y Lituania, así como la política. Fue igualmente Polonia un motivo importante de lo que soñaba en el otro extremo del mundo. "Me gusta Chile, mas suspiro por Polonia" -una frase que resume la magnitud de su desgarramiento.
En la carta a Walerian Chelchowski (28 de abril de 1872), le aseguraba a este: "Todas las riquezas del Nuevo Mundo, que nunca he anhelado, el hermoso cielo y las montañas, la amabilidad de la gente de aquí, los honores, la calma, la tumba de mi esposa, qué más decir, nada de nada me detendría cuando por fin pueda escaparme de aquí con mis hijos al otro lado del océano para estar más cerca de vosotros [...] y ver este suelo natal nuestro... Es por ahora el último, el único deseo que conservo en el fondo de mi alma, atribulada por tantos fracasos".
Altruismo
El desinterés y altruismo que mostraba en las cuestiones científicas, políticas y en sus obras de caridad era un rasgo que se acentuaba aún más en los momentos difíciles de su vida, Era sensible a la desgracia y a la miseria ajena y nunca se mostraba indiferente respecto al sufrimiento humano. En la época de su emigración en París y sobre todo en Chile, donde su situación fue mejorando gradualmente, ayudaba a los demás desinteresada y a menudo anónimamente."Tengo escritos aquí montones de libros, en español y en francés, y por ninguno he cobrado ni un duro" [Carta a Odyniec, 20.I.1873].
Fe
Era un hombre de una fe muy profunda. Su fe católica concordaba, de manera natural, sin generar conflictos interiores, con su trabajo científico. Su propio destino y el de la Patria cautiva los encomendaba siempre a Dios. En su caso, la oración no era tan sólo una conversación con Dios, sino que desempeñaba un papel importante en el mantenimiento de su identidad, porque rezando en polaco practicaba activamente su lengua materna. En la belleza de los paisajes chilenos traslucía la creación divina.
Pasando las Navidades de 1843 en Andacollo en su diario escribía: "La verdadera sabiduría no es de este mundo [...] Por eso deberíamos con todas las fuerzas proteger nuestra fe, rogar, como niños pequeños, para que Dios nos la conceda, igual que se pide el pan de todos los días [...] El medio más seguro para alcanzar la fe, mediando la misericordia y la gracia divina, es la humildad y el amor del prójimo, el sublime e ilimitado amor [...] Este amor es el fundamento de todas las virtudes, fuente de fortaleza en la lucha más encarnizada contra el mal, contra la propia soberbia de uno, que es el de aquel samaritano: ver en cada hombre a su hermano, amar incluso a los que nos odian".
Andacollo le hizo pensar en la ciudad de Czetochowa con su monte Jasna Gora, por haber ahí también un santuario de la Virgen María. La descripción de la famosa "fiesta de Andacollo" constituye hoy uno de los documentos más valiosos de carácter etnográfico y de historia de las religiones de Chile.
Durante sus expediciones en la Cordillera Ignacio Domeyko meditaba lo siguiente: "Escalando esta Cordillera, necesitamos una enorme fuerza espiritual para elevarnos hasta aquella bóveda estrellada, y en medio de la fabulosa formación de la Naturaleza, maravillarnos de la sabiduría de su Creador. Mientras más lejos estamos de la tierra, más cerca lo estamos del cielo, y no hay reposo para el pensamiento, porque el que se figure que ya tiene recorrida toda una infinidad de caminos y mundos, de repente presiente que le aguarda otra tamaña infinidad".
Maestro y profesor
Aquí tenemos el credo pedagógico de Ignacio Domeyko: "Considerando la confianza ilimitada que se me demostraba, mi única regla y mi único deber era no salirme de la honradez y encaminar mis esfuerzos hacia lo que fuese bueno y provechoso para mis futuros alumnos... Tenía ganas de todo y tiempo para todo, incluso para mis propios estudios analíticos y para la búsqueda de especies de minerales hasta entonces desconocidas" [p. 13].
En la carta de 10 de junio de 1843 Ignacio Domeyko habló del celo con el que emprendió su trabajo en el lejano Chile: "Ahora os puedo confesar que al llegar para acá, la única cosa que me estimulaba a vivir y a trabajar era el amor de la ciencia, un anhelo, necio tal vez, de descubrir algo nuevo..."
Despidiéndose de los alumnos y profesores de Liceo de Coquimbo, les recomendaba que conservaran para toda su vida su laboriosidad y, por encima de todo, su integridad; les hacía reparar siempre en la sabiduría del Creador, en nuestra propia nulidad y en las limitaciones de la razón humana y, en cambio, en la necesidad imperiosa de conservar la fe.
Enloquecido de amor
Domeyko estaba convencido de que ahí se terminaba su carrera de maestro y profesor. Pero, pese a sus intenciones, no era sino el comienzo. Entonces ocurrió lo que Domeyko menos había esperado y que cambió su vida por completo; el profesor universitario de cuarenta y ocho años se enamoró por primera vez en su vida: "La muchacha con la que me caso es joven y hermosa como un ángel, inocente y piadosa; yo mismo no sé por qué se ha enamorado de mí a primera vista... Mi esposa, bella como un ángel, una mujer de quince años, de unos ojos negros inmensos... De hecho, en aquel momento ya estaba enloquecido de amor... Miles de pensamientos locos distraían mi alma y mi mente se asemejaba a un gran hormiguero. Sabéis bien que hasta entonces me ocupaba de química, de mineralogía, de geología, y que todo aquel tiempo estaba enamorado de la más fría naturaleza, de rocas, de minerales. Fue entonces cuando sucedió en mí una gran resolución, no me arrepiento de lo que sucedió. !Alabado sea Dios por todo eso!"
Una semana después de su boda, Ignacio Domeyko recibió una carta en la que Ludwik Zejszner, profesor de la Universidad Jaguelónica, le anunciaba su nombramiento como profesor de química y física, Nos podemos solo imaginar cuan desgarrada estaba el alma del románico Zegota.
"Si esta carta me hubiese llegado seis meses antes [en la época de su redacción en Cracovia] con cuanto ánimo y cuán deseo hubiera ido volando a mi tierra; estaría tomando ahora el agua del Vistula, estaría viendo las tumbas de mis reyes en el Wawel... Se me estremeció el alma, mi mujer me estaba mirando y no se atrevía a preguntar por las nuevas [Mis viajes, III, 46-47]."
La dirección de la universidad le procuraba a Domeyko varios problemas. En medio de tantas ocupaciones universitarias, junto a su esposa, y después de la muerte de ésta, al cuidado de su hija Anna, encontraba momentos de verdadero reposo: "Es cuanto siento lo bien que es estar casado y tener un niñito que con su sonrisa inocente disipa los nubarrones más pesados y las nieblas de la razón [Cartas, 1971]. Tan contento estaba con mi hija como lo hubiera sido con un hijo, porque si bien, un buen hijo podría, con su buen consejo y su espada servir a Polonia, es también cierta que una hija con su oración y sus virtudes puede traernos mucho más consuelo y júbilo y conseguir infinitamente más gracias divinas [Ibid., 200]".
Salud y enfermedad
Podemos sacar muchas informaciones valiosas sobre su personalidad y su condición síquica analizando sus notas sobre su salud y sus enfermedades. Fue un cáncer de estómago, entonces no conocido, lo que resultó ser la causa inmediata de su muerte.
En julio de 1842 informaba desde Coquimbo: "Este invierno enfermo con frecuencia, padezco una descomposición de estómago, me parece es este clima moderado, caliente, un calor siempre uniforme, la falta de cambios en la atmósfera y de las estaciones...[Ibid., 46]".
Un año después confirmó: "Mi vida siempre me parece igual de monótona, tranquila y sana, nunca estoy muy alegre... No tengo ni una persona íntima con quien hablar de mis inquietudes interiores y mis sufrimientos... No duermo como dormía antes y caso no me reconoceríais, de tanta alegría he perdido... Terrible es el destino de un forastero, aunque esté rodeado de buenísima gente, si en los años jóvenes uno acostumbró a ser amado, ¡y cuánto! Por todos los que le rodeaban [Ibid., 615]".
La inesperada prolongación de su estancia en Chile, con una nueva misión universitaria en Santiago, alejó a un plazo indefinido el regreso a su patria añorada. La falta de esperanzas de que Polonia recuperase la libertad fue un factor deprimente para estado psíquico de Domeyko.
Se sentía solitario: "Y sólo la vejez que se acerca y que me espanta con un no sé qué, hasta que me estremezco de escalofríos; mientras que el pasado, el país, nuestras esperanzas resplandecen brillan con una llama cada vez mas débil, más triste [Cartas, 81]".
Pasan los años sucesivos de su oficio de rector de la Universidad. Por decisión unívoca del Parlamento, a Ignacio Domeyko se le otorgó la ciudadanía honorífica de Chile. A pesar de sus ochenta años, estando ya jubilado, se le nombra rector por cuarta vez. Por fin el deseo de viajar a su país natal se vuelve realidad. El regreso a Polonia y a Europa fue triunfal. Su Alma Mater de Cracovia le otorgó doctorado Honoris causa. Cuando en la Academia Cracoviana le preguntaban a Domeyko cómo era que no se le había olvidado la lengua materna, contesto: "Como se les ocurre que la haya olvidado, si desde siempre he pensado en polaco, rezado en polaco y amado en polaco [Mis viajes, III, 107]".
En el camino de vuelta a Chile el estado de salud de Domeyko se agravó notablemente. Murió en su casa de Santiago el 23 de enero de 1889.
En vez del final
Ignacio Domeyko fue un observador atento a la realidad circundante. Reparaba en el comportamiento humano, en las costumbres, en el aspecto, los hábitos, los intereses y los caracteres, todo lo describía muy meticulosamente. Se fijaba sobre todo en los pobres, en los sufridos, les demostraba su piedad y les ofrecía su ayuda.
Consciente de que en cierto sentido era un elegido del destino, a quien le tocó en suerte viajar al fin del mundo, escribía para "dar una imagen de su tiempo", todo lo que había visto lo quería trasmitir a sus compatriotas. Fue un amante de la ciencia, no paraba de aprender. Era irreprimible su afán de descubrir y estudiar cosas nuevas. Acumulaba unas energías físicas extraordinarias, era resistente y hasta tenaz en su lucha contra los obstáculos y las fatigas. Dio muchas pruebas de un valor descomunal, físico, intelectual y moral.
Su modestia y su desinterés natural era el origen de su magnanimidad y caridad. Con todo eso mantenía una gran dignidad e independencia de juicio.
Aunque Polonia y Lituania no eran independientes en aquella época, en la persona de Domeyko tuvieron el mejor embajador y defensor de la causa polaca y lituana. La imagen favorable de los polacos, que había creado y propiciado, constituyó y sigue constituyendo una base sólida para el desarrollo de relaciones mutuas entre nuestros países. Esas tradiciones las sigue cultivando su familia multigeneracional. Esta tradición tuve el honor de reanudarla durante mi misión de reconstruir las relaciones diplomáticas entre Polonia y Chile en los años 1991-1996.
Las virtudes de Ignacio Domeyko lo elevaron al panteón de las autoridades intelectuales y morales de Lituania, en Bielorrusia, en Polonia y en Chile. La Universidad Jaguelónica le otorgó su mayor distinción -el doctorado honorífico, y Chile, la ciudadanía honorífica. En Chile se creó un grupo de seguidores, que inició las gestiones para reconocer a Ignacio Domeyko como un servidor de Dios, en consideración a su vida, llena de heroísmo cristiano ejemplar, en la época de la emigración parisina y en otros países. Domeyko fue un ejemplo vivo de práctica de valores trascendentes tales como el amor al prójimo, la solidaridad, la justicia y la fraternidad internacional.
Se puede decir que Ignacio Domeyko debe su alma eslava y la lengua a Polonia, el sentimiento patriótico al paisaje nativo de Lituania, la educación y destino de exiliado a Francia, la fama del investigador, maestro y descubridor, a Chile. No es sin causa que le bautizaron en Chile con el nombre de apóstol de la ciencia y la educación. La dimensión barroca de su personaje se expresa en los rasgos característicos excepcionales: inteligencia, vasta erudición, conocimiento de idiomas y del mundo.
Con transcurso del tiempo la figura de Ignacio Domeyko se convierte en un vínculo sólido entre los pueblos: polaco, lituano, bielorruso, francés y chileno, y su obra constituye un puente cultural entre Europa y América del Sur. No es sin razón alguna que la UNESCO tomó patrocinio sobre las celebraciones internacionales del bicentenario de su nacimiento. Ignacio Domeyko merece el nombre del ciudadano del mundo.
Por Zdzislaw Jan Ryn
Bibliografía
- Amunátegui M.L.: Ignacio Domeyko, Ed. Universitaria, Santiago, 1952.
- Domeyko L.: Araukaria i jej mieszkancy [Araucania y sus habitantes], PTSL, Warszawa-Krakow, 1992.
- Domeyko I.: Listy do Wladyslawa Laskowicza [Cartas a Wladislaw Laskowicz], IW Pax, Warzaqa, 1976.
- Domeyko I.: Monje Podroze (Pamietniki wygnanca) [Mis viajes. Diario de un exiliado], Ossolineum, Wroclaq-Warszaqa-Krakow, 1962, 1963.
- Ryn Z.J.: Ignacio Domeyko. Ciudadano de dos patrias. Universidad Catolica del Norte, Antofagasta, 1995.
- Wójcik Z.: Ignacy Domeyko. Litwa. Franja. Chile. Polskie Towarzystwo Ludoznawcze, Warszawa-Wroclaw, 1995.
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