70º aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial
Nostalgia y decepción, en polaco
¿Hay alguien en el mundo que tenga más de 40 años y no conozca a Lech Walesa? El "Pan President" (señor presidente) se pasea por Polonia como una leyenda viviente, pero acá, en Gdansk, está en su casa. El sindicalista católico que torció el destino del comunismo en Europa hoy es un hombre de 66 años a quien muchos le piden autógrafos y otros critican por lo bajo. Tras llegar en 1989 a la presidencia (la primera luego de 50 años de ocupación soviética) con el 70% de los votos, su última aparición como candidato en el 2000 le deparó apenas el 1% de los votos.
Sus bigotes siguen abundantes y su cabello es blanco. No muy alto, es una persona sencilla. Le gusta bromear sobre su afición al alcohol y es charlatán y megalómano, aunque barniza su discurso con humildad retórica.
La otra tarde, en el hotel Radisson -frente a la fuente del Neptuno que supo exhibir su pene hasta que la ciudad decidió cubrirlo con la ridícula cola de un pez-, Walesa habló con periodistas de todo el mundo a 20 años de haber llegado al poder con la bandera de Solidaridad, el sindicato que ganó la pulseada a los soviéticos desde los astilleros de esta ciudad. "Los polacos debemos aprender a ser felices", fue una de las cosas que dijo.
Entonces, contó un encuentro con Boris Yeltsin donde Walesa le habló del inminente ingreso de su país a la OTAN y el ruso comenzó a dar indicaciones. "Calmate", dice que le dijo. "No te estoy preguntando, te estoy anunciando qué vamos a hacer. ¿Acaso sos el presidente de Polonia? Tomátelo con calma". Busca el impacto en la audiencia. Lo consigue.
La otra noche, en uno de los canales de TV polacos pasaban una película en la que Walesa, el director de cine Andrzej Wajda y la musa de Wajda, Krystyna Janda recordaban los tiempos de las revueltas lideradas por Solidaridad. La nostalgia se cruzaba con cierto aire de decepción. Daba que pensar: los personajes históricos deberían cerrar su actuación temprano, para no parecer parodias de sí mismos. Si la vida fuera como las películas, definitivamente la de Walesa debería haber dicho "The End" no mucho después del 89.
Clarín, 01.09.09
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