70º aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial
Esa guerra que es de otros

Somos hijos de una paradoja que nos ha convertido, a las gentes de aquí, en europeos más que raros: nuestra Guerra Civil, como ya han explicado tantos historiadores, fue el prólogo y el laboratorio de pruebas de la Segunda Guerra Mundial, pero quedamos al margen del gran conflicto y, luego, aislados por el largo franquismo, nos cubrió una espesa ignorancia acerca del alcance y significado de ese tiempo de sangre y dolor que moldeó el mundo de hoy. El profesor Josep M. Fradera, en un texto, de su reciente libro La pàtria dels catalans, sobre el movimiento estudiantil de oposición a Franco en los primeros setenta, hace referencia a este problema cuando escribe que "se sabían muy pocas cosas de lo que había sido la Segunda Guerra Mundial, del genocidio de los judíos y otras minorías de Europa, de las secuelas trágicas del conflicto y de la división bipolar que este acarreó en términos económicos, sociales y culturales". Incluso los círculos que se consideraban más activos e informados durante la etapa final de la dictadura tenían poco interés en profundizar sobre los hechos y las consecuencias de esa guerra que empezó el 1 de septiembre de 1939, hace ahora setenta años, cuando las tropas alemanas invadieron Polonia.

La Segunda Guerra Mundial siempre ha sido, desde las Españas, la guerra de otros. Aunque en el castigado suelo español de principios de los cuarenta no se libró batalla alguna, la perspectiva de una conflagración totalmente ajena a nosotros es engañosa y deja fuera de campo una serie de realidades insoslayables. Desde los republicanos unidos a las tropas aliadas a la División Azul que luchó al lado de Hitler, pasando por los deportados españoles en Mauthausen a los que Franco consideró apátridas, los colaboradores de la resistencia francesa y de los servicios secretos británicos o estadounidenses, los exiliados (algunos profesionales de alto nivel entre ellos) que fueron acogidos en Londres, Moscú, México DF y otras capitales, los germanófilos que tuvieron que reconvertirse en 1945, los maquis que esperaron en balde que la liberación atravesara los Pirineos, los diplomáticos que ayudaron a escapar a los judíos, etcétera. Luego, con la recolocación de la España de Franco a partir de la lógica de la guerra fría, lo último que el régimen quería hacer era rememorar los tiempos en que el nazismo y el fascismo fueron aplastados. El único relato confortable para el franquismo estabilizado era la explotación del anticomunismo, borrando pragmáticamente las viejas querencias por Berlín. Las amargas y esclarecedoras páginas de Gaziel en el dietario Meditaciones en el desierto nos ilustran sobre el desengaño histórico de quienes esperaban que las democracias occidentales echaran el Generalísimo al mismo basurero donde fueron a parar Hitler y Mussolini.

El imaginario español todavía está negativamente influido por esta ignorancia inercial acerca de lo que sucedió entre 1939 y 1945 en el mundo. También la política, a izquierda y derecha del arco parlamentario, transmite unas actitudes y unos mensajes que serían inexplicables en otros países europeos a la luz de la trágica experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Hay gentes del PP y del PSOE que hablan de la vida, de la libertad, de los valores y de lo que les place como si todo hubiera empezado en 1975 o 1978. De nada sirve, a efectos sociales, que se publiquen trabajos muy documentados o que algunas iniciativas museográficas abran ventanas al exterior. Para mucha gente, todo se reduce a las películas clásicas made in Hollywood, que tanto nos engancharon cuando éramos niños: americanos e ingleses contra alemanes y japoneses. Por eso, desgraciadamente, una cruz gamada no se ve ni se juzga del mismo modo en Barcelona que en Amsterdam. Y debemos soportar también que un partido totalitario con una larga historia de violencia, Falange, se manifieste por las calles cuando –si no estoy equivocado– existe una llamada ley de partidos que ya se ha aplicado a otras siglas. Todo ello resulta extremadamente incoherente y ridículo, pues coincide con la explotación propagandística que ciertos políticos hacen del pasado reciente, para repintar de moralina esas falsedades partidistas que, por suerte, vamos descubriendo poco a poco.

El historiador inglés Tony Judt, en su monumental obra Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, escribe que "la mayoría de los europeos vivieron la guerra de una forma pasiva, siendo derrotados y ocupados por un colectivo de extranjeros y luego liberados por otro". Los movimientos partisanos, que tuvieron un papel destacado en algunos países, fueron la gloriosa excepción de un panorama marcado por el extrañamiento radical del individuo y por la fatalidad. Pero estos espectadores pasivos de su destino, justamente porque salían de una experiencia atroz de dimensiones únicas, vieron descomponerse sus valores y sus categorías de análisis, así como sus expectativas y sus deseos. El futuro dejó de ser lo que había sido hasta 1939 y hubo que volver a imaginar. La Unión Europea, que hoy criticamos tanto, es la plasmación más ambiciosa de ese cambio de mentalidad sin precedentes.

En nada ayuda al debate democrático que las lecciones (imperfectas pero necesarias) de la Segunda Guerra Mundial sigan siendo una asignatura pendiente y exótica en las Españas. Sin aprobarla, nunca entenderemos el mundo del que formamos parte.

Francesc-Marc Álvaro
02/09/2009



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