El Papa llamó a cerrar heridas

Cracovia.- No tuvo la recepción triunfal, con multitudes eufóricas, que solía tener Juan Pablo II. Pero fue cálida la bienvenida que el papa Benedicto XVI tuvo ayer en Varsovia, primera etapa de un viaje de cuatro días en Polonia para homenajear al aquí idolatrado Karol Wojtyla.

No bien aterrizó en uno de los países más católicos de la cada vez más secular Europa, invadido por la Alemania nazi en 1939 y luego sometido a más de cuatro décadas de comunismo, Benedicto XVI habló de la necesidad de "orar juntos para que cicatricen las heridas del pasado".

En una capital rodeada de extremas medidas de seguridad y embanderada para la ocasión, el papa Ratzinger, de 79 años, bajó veloz y atléticamente la escalerilla del avión que lo trajo desde Roma. En una jornada ventosa y fría, el Pontífice no besó el suelo, como solía hacer su predecesor, consciente de la inconveniencia de imitar estilos irrepetibles.

"Deseé muchísimo esta visita en el país y entre la gente de la cual provino mi amado predecesor, el siervo de Dios, Juan Pablo II", dijo el Santo Padre en su primer discurso, que pronunció en polaco cosechando aplausos del público, que lo vivió y que le cantó las mismas canciones que amaba Karol Wojtyla.

"Es obra de la providencia si después de un papa polaco fue elegido por el Espíritu Santo un papa alemán", afirmó el presidente polaco, Lech Kaczynski, al darle una bienvenida con todos los honores. "Polonia y Alemania son países cercanos geográficamente, pero la historia nos dividió muchas veces, y ahora estamos aprendiendo a colaborar y a vivir pacíficamente juntos", agregó el primer mandatario.

Sin el entusiasmo de la era Wojtyla -de un carisma extraordinario, muy distinto del tímido pontífice alemán-, pero con un clima festivo, unas 70.000 personas siguieron por las calles el trayecto del tradicional papamóvil blanco desde el aeropuerto a la capital. Una ciudad que en honor al huésped ilustre, como el resto del país, decidió quitar de sus muros las propagandas subidas de tono. Lo mismo hicieron los diarios, que evitaron las fotos de mujeres desnudas.

Desde el papamóvil, un sonriente y alerta Joseph Ratzinger -que ya estuvo en Polonia ocho veces, pero nunca como jefe de la Iglesia Católica-, contempló el monumento del tristemente célebre gueto de Varsovia, y recorrió una ciudad que tuvo que ser íntegramente reconstruida después de los feroces bombardeos alemanes de la Segunda Guerra Mundial.

Justamente porque aún las heridas siguen abiertas y existe gran sensibilidad en la gente ante los ex enemigos de la guerra, el Papa en esta visita casi no hablará en su idioma. Sólo lo hará para pronunciar una oración cuando visitará pasado mañana el campo de concentración de Auschwitz, la parte culminante de su viaje.

"Esperemos que desde Auschwitz nazca un nuevo humanismo, para impedir en futuro horrores similares", dijo ayer el Pontífice, al explicar a los periodistas durante el vuelo desde Roma el significado de la visita que hará al campo de concentración.

Controversia
Al hablar de la necesidad de "no negar los pecados cometidos en el pasado" en un encuentro que tuvo con el clero en la catedral de San Juan, el papa Ratzinger evocó el famoso mea culpa hecho durante el Jubileo de 2000 por Juan Pablo II, que pidió perdón por las culpas acumuladas durante siglos por los hijos de la Iglesia. "Conviene no erigirse con arrogancia en juez de las generaciones precedentes, que vivieron en otros tiempos y en otras circunstancias", dijo.

Benedicto XVI, que aseguró que " la Iglesia es santa, pero en ella hay pecadores", aludió a la controversia que estalló aquí luego de que salieron a la luz casos de sacerdotes que fueron espías del régimen comunista. Asimismo, pareció aludir en forma indirecta a la polémica que rodea Radio María, emisora católica ultraconservadora y cercana al actual gobierno a la que el Vaticano debió llamarle la atención después de poner en el aire declaraciones antisemitas. El papa Ratzinger, de hecho, dijo que el sacerdote no debe hacer política, sino que debe ser "un experto de la vida espiritual".

En un país de 38 millones de habitantes con un crecimiento económico muy bueno -de entre el 4 al 5% anual-, pero donde la desocupación es muy alta (18%), Benedicto XVI también habló de la "plaga del desempleo". Ante este fenómeno, dijo que " la Iglesia no puede permanecer indiferente".

Se estima que unos 200.000 jóvenes se fueron del país desde 2004, año en el cual Polonia ingresó en la Unión Europea en medio de grandes festejos. Dos años después de ese histórico momento, no reina aquí ese clima de optimismo. Benedicto XVI lo sabe, y con este viaje espera también levantarles el ánimo a los polacos llamándolos a seguir firmes en la fe, con el legado de Karol Wojtyla como ejemplo.

Por Elisabetta Piqué
Enviada especial
La Nación, Buenos Aires
26.05.2006


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