Cuatro cuadras, un codo y demasiadas tradiciones

Es una típica costumbre argentina, más bien porteña, ésta de querer cambiarles los nombres a las calles y confundirnos a todos. No es por negar nada menos que a Juan Pablo II, uno de los hombres más queridos de la historia, que la redundante idea se transforme en mala. No.

Primero, ¿por qué vamos a pasar a retiro a Manuel Andrés Arroyo y Pinedo, quien más allá de haber tenido la quinta en Cerrito y su apellido fue promotor de la Reconquista , teniente coronel, cabildante, diputado, presidente de la Legislatura y...? ¡No es poco!

Segundo, hay que terminar con el engorro de llamar Yrigoyen a Victoria, Marcelo T. de Alvear a Charcas o Perón a Cangallo.

Tercero, las calles, como los barrios, tienen tradiciones y Arroyo tuvo demasiadas en tan sólo cuatro cuadras. Arroyo, la del elegante codo, la plaza Carlos Pellegrini, el palacio Pereda y la embajada de Francia. Arroyo, donde vivió la noche del buen gusto con Mau Mau y que un día fue cruzada intempestivamente por la 9 de Julio, la gran avenida que se llevó a la rotisería Royal, el Club Alemán, la heladería La Chiquita , la carnicería CAP y la peluquería de Pascual. Arroyo, la de misa en Mater Admirabilis y la de la desangrante explosión. Tan característica con los edificios de los Bencich, la fuente en la esquina con Esmeralda, las farolas y la antigua torre que se convirtió en el sofisticado hotel que llamaron Sofitel.

De familias que sería difícil enumerar, pero con anécdotas que no cuesta nada recordar y que la llenaron de vida, risas y emoción, como la tarde que se escapó el mono de la playa de estacionamiento y finalmente fue atrapado en la conserjería del residencial de al lado del Alemán. Calle de señoras, señores y personajes que ya no están, como el elenco añorado de Mau Mau: el portero Fraga, el maitre Fabrizzi y el barman Hugo Di Domenico.

Arroyo es Arroyo, así de simple. Hoy sería casi inimaginable indicarle al chofer del un taxi. "Vamos a Juan Pablo II y Carlos Pellegrini". Más allá de otras razones, de historias de confusiones y que muchos pensemos como aquel estribillo, dejémosle Arroyo, aunque repitamos "¡Juan Pablo/ segundo/, te quiere todo el mundo!"

Por Mariano Wullich
De la Redacción de L a N ación
30.03.2006


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